Porque sus silencios decían más que las palabras que la obligaban a decir. Sus ojos pintaban de un color cálido mi mundo gris. Aunque en ellos hubiera melancolía y un dejo de dolor, podía sentir el cariño que guardaban.
Era difícil llegar a su interior. Creo que ni siquiera ella misma pudo hacerlo.
Me bastaba verla ahí, entre tantos papeles y pensamientos; en silencio...
Sus silencios la aturdían y es que guardaban tantas palabras...
El tiempo me ayudó a comprenderla, a hablar como ella lo hacía. Era un viaje constante de un mundo a otro.
Su mundo parecía tranquilo, pero estaba lleno de interrogantes e incertezas. Su mente era un poema incomprensible, eso lo hacía más bello aún.
Cuando las agujas de ese viejo reloj de madera que estaba en la sala de estar marcaron las siete, mi corazón se estremeció. A partir de este momento me sumergí en el más profundo de sus silencios; en sus eternas dudas e incertezas, en sus susurros al soñar ... en sus eternos desvelos.
Así como ella mutó yo también lo hice. Cambié y me convertí en el guardián de sus silencios.
Porque siempre hay un pequeño verano en cada invierno; un día de sol después de tanta lluvia, calma tras demasiada tempestad, alegría venidera y tristeza lejana.
Porque a veces nada de lo que se teme es lo que se teme en realidad y ser valiente salva muchas vidas (incluyendo la tuya).
Un farol se enciende. Se oyen algunos pasos detrás de mi. Me doy vuelta y sólo puedo ver mi sombra.
Sigo caminando, quiero acortar camino por un callejón. Es un terreno oscuro, totalmente desierto. Froto mis manos para emanar un poco de calor. El frío las agrieta al mismo tiempo que intenta encender mi alma marcada por la sentencia de un olvido que quema aún más.
Intento apurar el paso. Tengo más miedo de esa voz que resuena en mi cabeza que de lo que pueda cruzarse por mi camino.
La bufanda me incomoda, el silencio me incomoda, las voces (ya no es una, son miles) que empiezan a sonar en mi mente me incomodan... Más que eso, me aturden. Aprieto fuertemente los ojos, grito por dentro para que se vayan. Por unos segundos me detengo. Mantengo los ojos cerrados. Intento buscar calma, sin importar el lugar ni el momento. Respiro hondo, abro los ojos y son consciente. Está frío y oscuro, estoy sola caminando sin un rumbo definido. Miro hacia atrás y ya no veo mi sombra. Siento alivio.
Vuelvo la mirada al frente. Puedo realizar una vista panorámica del lugar al cual llegué. Es una plaza...
Tomo asiento en una de las hamacas y mi mirada se pierde en el horizonte. Ese dulce balanceo me remonta a otros viajes, a otros mundos. Duele otra vez, quema otra vez...
Poco a poco puedo ver al sol salir. Un amanecer que es atípico.
Así se anuncia la llegada de mi eterno invierno y el principio del fin de una primavera que jamás será...
Y todo se redujo a cenizas. A un polvo que se hacía denso con cada recuerdo; que se volvía una tormenta y me derrumbaba en un santiamén.
Caer, bajar la mirada, ensimismarme, llorar, levantar la vista, gritar y finalmente, correr. Correr tan rápido como pudiera, con lágrimas en los ojos, con dolor en el alma.
Correr sin que nada importara. Ser más fuerte que la tormenta, renacer de las cenizas.
Esa melancolía que te hace sentir vacío...
Una melancolía saturada de emociones que son no vacías por definición, no por sentimiento...
Un cúmulo de pesares que no se destruyen, persisten y se hacen eternos en forma de palabras...
Dulce estadío que me recuerda que estoy viva; precioso arte de liberación que desata las cadenas de lo temido, de lo más sentido... de lo vivido y aún no vivido...
Pluma, lápiz, carboncillo, pincel, cincel, papel, trazos, huellas, estelas, fusión...
Intenta huir veloz; sin frenos.
Se escapa de mi y, casi sin darme cuenta, termina en ti: en tu voz, en tu consciencia.
Se plasma como una imagen hermosa; como un aroma que remonta a un lugar sereno; como un mensaje secreto detrás de una mirada o, simplemente, la más sincera de todas las mentiras.
El sonido de quien llama a los ángeles y un escalofrío. Parece que un frío otoño se avecina.
Un fuerte silencio se apodera del lugar. Los propósitos del día se ven ligados a una cálida taza de té y un nuevo mundo por visitar.
Las horas pasan entre incontables travesías, una frazada que poco a poco va perdiendo su tibieza y unas manos que queman de tanto frío.
Una última oración anuncia un inquieto final que se convierte en el comienzo de otra taza de té y un pequeño recorrido por la habitación.
Una mirada a través de la ventana: otra vez aquí, otra vez distintos.
Como si el techo de la habitación tuviera todas las respuestas, hasta las de las preguntas que aún no me he formulado. Así lo miro.
Mi sentido de percepción capta escenas que viven en otros lugares.
El sonido de los grillos, un fuerte suspiro. Ambos coexisten en una fracción de segundo, junto a tantas cosas más.
Pienso en aromas que luego puedo sentir. Recuerdo cielos que creo poder ver. Añoro un color en particular, la más eterna fracción de segundo. Una dulce voz en el teléfono y el más puro recuerdo.
Es inevitable sonreír. Pequeños tesoros que me acompañarán siempre. Y están ahí, en el techo de mi habitación.
Siento un vacío lleno de emociones no vacías.
La mirada se fija en un punto determinado del techo de la habitación y los pensamientos vuelan. El sonido del ventilador girando posibilita ese vuelo.
En un instante miro el reloj. Son las 3 de la mañana y el insomnio no quiere alejarse de mi otra vez. Me muevo de aquí para allá, intentando conciliar el sueño, encontrarme con Morfeo y caer en la mayor somnolencia. Esto inquieta y tranquiliza a la vez. El síntoma es bueno, de verdad: Se que necesito fuerzas y se que tengo un propósito en donde depositarlas, al menos es algo.
Siento un vacío lleno de emociones que se acrecientan con el pasar de las horas y que se cubre con pequeñas capas de piedad, creadas por la valentía.
Miles de emociones no vacías que estallan en mi, que me mantienen despierta, que sólo pueden habitar en ese lugar, libres de movimiento, esperando o no ser liberadas de alguna u otra manera.
Al parecer tengo el control de esto...
En un mundo muy remoto el vacío seria capaz de, las emociones de contenerme y yo pasar a formar parte de ellas. Desisto de la igualdad y reafirmo que están contenidas en mí pero no vale la recíproca. Esto permite comenzar el juego. No estar contenida en el conjunto de las emociones me hace pensar que existe al menos una parte de mi que no pertenece a ese mundo, que se salva del estallido que aún persiste.
Lo cierto es que si mis emociones no vacías residen en el vacío y existe al menos una parte de mi que pertenece ahí, esta vive en su complemento que es... ¿todo?
Entre conjeturas, conjuntos, elementos y absurdos, se pasa la noche...
Es lo primero en aparecer. La gente celebra con ánimo su llegada.
ENtre medio de tanta alegría, el ROcío del mar moja sus pequeños pies. Siente un poco de frío. Espera.
Tiene FE, aunque tal vez él no llegue. Se hace presente una BREcha grande entre sus ojos y un sueño.
Su corazón comienza a latir cada vez más fuerte.
ROmpen las olas. Suena fuerte el MAR. La raZÓn se calma. Se ABRe lugar a la escucha y admiración de la belleza del paisaje. Decide seguIr, caminar por ahí y buscar aLivio.
No hay nada MÁs tranquilo que esto.
De pronto, una luz enceguece sus ojos. Un gran raYO se marca en el cielo.
Dos niños que JUgaban con una pelota corrieron hasta donde se hallaban sus padres.
Mira el reloj de su muñeca. Es tarde. NI rastros de un intento de llegada...Ya pronto Oscurecería.
Un paso, una escena: JÚbilo. Otro paso, en su mente LÍO. Al parecer, carga una conGOja profunda.
Llega a caSa. TOma asiento cerca de la ventana. SE siente vacía. Sus Párpados se cierran; el TIEMpo se detiene. Silencio.
Un calamBRE en la pierna derecha la despierta. Parece que ya dejÓ de llover. Podía ver Caer algunas gotitas de agua en las hojas de los TUlipanes del jardín. Tomó una campera y salió.
Por un BREve instante todo se aleja de su mente, NO hay nada más que lo que siente.
Cierra los ojos. El VIEnto fresco sobre su rostro Mueve ligeramente sus rizos.
De pronto, sobre sus laBios el sol. EteRnidad en Esa calidez. Amor.
Se hizo la luz y ahí estaban los Dos. Sus manos entrelazadas marcaban el fInal de tanta espera.
Una CarIcia, sonrisas, el sol en su máximo Esplendor.
La llegada de una hermosa costuMBRE.
Sentir un eterno lago en el cielo, un momento de completa calidez...
Pensé en un trébol de cuatro hojas, de esos que son difíciles de encontrar y dan suerte. Algo así parece ser.
Por unos segundos el mundo tuvo otro sentido, el camino fue un poco diferente. Fue lindo.
Luego, el temor del inicio volvió pero esta vez en forma de persona. Vi maldad en unos ojos, frialdad en un corazón.
Dentro de mi había miedo... Miedo de esos ojos, de lo que me decían... Miedo a perder mi lago.
Despertar es una forma de correr lejos de todo aquello que amenaza...
Correr mucho, dejando atrás eso que nos persigue desde hace tiempo...
Al final del camino está ese lugar. Está esa calidez... estás.
Desperté.
Más que el tiempo, que los sueños y el camino desconocido.
Más que el chocolate, la buena música, escribir y cantar.
Más que un dulce té por las mañanas, un día de suerte y la lluvia con sol.
Aunque... no hay nada mejor que lo que existe detrás de esa ventana. Si es lo que veo, nada lo supera.
Más que lo que puedo ver entonces.
Cuando algo te destruye totalmente, bueno es embriagarse. Beber hasta la última gota de lo más fuerte que encuentres. Llorar y así liberar todo lo que te hace daño; gritar si es necesario, escapar de los fantasmas que atormentan tu mente... Al menos eso hice yo. Me embriagué, si. Pero de escritos.
Bebí del dulce néctar de la poesía. Mis lágrimas formaron un manantial de palabras tan claras que parecían invisibles pero que juntas podían derrumbar hasta el mayor de los dolores.
Y así, poco a poco, sorbo a sorbo, mi mente se cubrió de esas palabras, de la calidez de ese manantial que lentamente se transformó en una cascada ensordecedora. Fue ahí cuando mis dedos decidieron gritar y calmar esa fuerte tempestad.
De los fantasmas no me pude escapar pero si hacer un trato: cada vez que me visitaran, debían traer consigo un color. Este me acompañaría durante toda su estancia y se perdería en la corriente de agua. Al fin y al cabo, es el color el que termina siendo realmente no visible entre tantas palabras.
Parece algo absurdo siendo que estas últimas casi no se ven pero es que el tinte es esencial. Y por lo tanto, invisible a los ojos, como leí una vez.
Con el tiempo aprendí a convivir con varias esencias. Tanto así que se hicieron parte de mi y ya no sólo las recuerdo para ahogar penas en estruendosas olas de vocablos perdidos, sino también para poder seguir con vida.
Y así, sin ataduras, se fueron volando uno a uno los pajaritos que vivían en mi mente... Sólo quedó una fuente de agua clara y sobre ella un ruiseñor, cantando. Un sonido armonioso; la combinación perfecta. La paz absoluta en esa cascada improvisada y en el tempo de mi respiración. Casi puedo verlo, tanto como lo siento... Casi puedo oírlo, tanto y cuanto lo veo y lo siento... Casi puedo despertarme pero me gusta estar aquí... 5 minutitos más.
¿Escuchas mi llamada? Necesito inspiración.
¿Para qué? Creo que para liberarme un poco de este peso enorme que siento y de paso, tengo tu compañía.
¿Vendrás o seguirás perdido en el tiempo? Últimamente estás lejos, ya ni recuerdo tu voz pero si el color de tus ojos.
Si estuvieras aquí seguro dibujaría algo... Compartiríamos la calma que ambos guardamos desde hace tiempo; que se potencia al hacer lo que nos gusta.
Cientos de libros, portadas de CD´s, tazas de té sucias, cajas de pizza en el suelo de la cocina. El sol se escondió otra vez detrás de esas nubes grises y profundas..
¿Estás ahí? Un suspiro empaña la ventana. Dibujo una sonrisa sobre el vidrio y sonrío. Luego todo se desvanece al perderme en mi propio silencio, que también es tuyo, eh. Nuestro silencio. Es extraño pero siento calidez en él.
Estoy aquí, escribiendo. Tú estás allá, no se dónde pero seguro también en silencio.
No importa cuan lejos estemos, siempre nos encontraremos en nuestro silencio; en ese algo que se parece a la calma pero que no lo es porque uno está en calma cuando siente que todo se ha acomodado, que el peligro ya pasó, que no hay que preocuparse por nada. Y nuestro silencio denota todo lo contrario.
Hay tantas cosas en ese silencio.
Siento que debemos dejar de callar. No quiero que el silencio hable por mi; no quiero que sea lo único que nos una.
Si tan sólo se pudiera hablar de otra manera. Mejor dicho, si pudiéramos entendernos al hablar de otra manera, tal vez todo sería menos complicado. Si estuviéramos libre de imágenes, de pulsiones, de temores y dolores viejos.
Si sólo las almas pudieran comunicarse... Ya no importaría el silencio entre los dos porque lo más puro de nosotros nos uniría de una manera diferente.
Estés donde estés, mi alma te llama. Y lo hace a través de estas palabras.
Quiero que me recuerdes al oír una tierna canción; al mirar las nubes desplazarse lentamente por el cielo azul; al sentir el aroma de la esencia de vainilla; al comer arroz con leche y galletas de chocolate; al sentir la brisa del viento suavemente sobre tu rostro.
Quiero que me recuerdes al ver dibujos, trazos y mezclas de colores; al resolver un ejercicio de matemáticas y usar tu intuición, sin formalidad.
Quiero que me recuerdes tal y como soy. Tal y como seré.
Como un alma presa del designio humano y las frustraciones necesarias. Como un ser sumamente confuso y vulnerable pero con una fortaleza digna.
Más allá de todo esto, lo único, lo realmente importante y lo que sinceramente quiero... es que me recuerdes.
...La pequeña me preguntó si alguna vez había prometido cosas que jamás cumplí. Le respondí que muchas veces pero que no lo hacía con mala intención. Me regaló uno de los abrazos más dulces que una solitaria anciana desea recibir en un día tan frío. Luego, su mirada se fijó sobre la mía, como pidiendo algo.
Finalmente dijo: "No cambies nunca". Y se marchó corriendo, con esa alegría que caracteriza a los niños.
Pronto entendí su mirada: un pedido de promesa inquebrantable.
"No cambies nunca", repetí en voz alta. Pero ya era tarde... ya había roto la promesa.
En tu luz puedo refugiarme.
En el reflejo de mis sueños puedo encontrarte, detrás de aquello que no se qué es. Que, insisto, vive en otro mundo. Uno enorme, al que pocas veces podemos visitar.
Allí, donde todo deja de ser verdad o mentira; donde nada se juzga, ni se olvida o daña.
Creo que puedo sentirlo tan fuerte en mí, que se escapa en un suspiro.
***.
Un atrapasueños que suaviza el aire y el reloj con sus agujas impacientes.
Adentro: galaxias, explosiones, estrellas...
Afuera: una mirada perdida.
En algún lugar me encuentro esperando, en calma y en silencio. Ningún mundo me preocupa. sólo me detengo a sentir la brisa del viento en mi cara mientras mis ojos permanecen cerrados.
Las dicotomías no entienden de universos. así que las combino y creo nuevos sentimientos.
Cuando quiero escaparme es cuando más siento que debo quedarme. Si quiero permanecer, huyo. ¿Detrás de qué? ¿Por qué? ¿Para qué?
Angustia... ¿será? Miedo, dolor, relatividad del tiempo... Oscuridad.
En mi oscuridad puedo perderme pero en tu luz, puedo refugiarme.
Estar ahí sólo le causaba dolor y confusión; inoperancia y desesperación.
Quería salir, pero miles de cuerdas la ataban y dejaban en el mismo lugar. Era inútil luchar contra ellas. Al menos, para ella.
Pero un día se cansó. Desistió de la idea de vivir atada y decidió luchar. Usó todas sus fuerzas y logró liberarse. Y cayó. Cayó por un precipicio profundo.
Cerró los ojos y se dejó llevar.
Cuando al fin dejó de tener miedo, abrió los ojos y un mundo nuevo apareció.
Ya no había ataduras, ni dolor... sólo incertidumbre y esperanza.
Casi rozando el vacío, siempre a punto de caer.
Una brisa que alivia el ardor en su estómago y, a la vez, acrecienta la intensidad de un inesperado escalofrío.
Persianas se abren y cierran; la luz va y viene.
Llueve intenso desde hace días pero ya no siente nada: ni el aroma de la lluvia o su sonido; Sólo ve sus memorias hechas cenizas, dispersas por toda la habitación.
Tiene Fé en que, con Urgencia, la Eternidad se le aproximará y le Ganará al Olvido.
Cierra los ojos y sonríe. Sabe que no es el final.
Y se quita esa calma falsa como a una venda que quema los ojos y luego las manos; que sigue hasta llegar a la razón. Poco a poco recobra las fuerzas para ponerse de pie y detenerse frente a un espejo. Su mirada se pierde pero no del todo, no deja de saberse ahí. No quiere irse; no puede irse.
Y se deja caer y llora, entremedio de tantas promesas vacías. Y seca sus lágrimas con el recuerdo de aquellos poemas en servilleta que ahora son polvo.
La tormenta se vuelve cada vez más intensa: los truenos se hacen oír y explotan en la garganta, desgarrando la voz del alma. Las bocanadas se hacen insuficientes y todo tiembla. Todo se va
tornando oscuro. El mundo se comprime y lx lleva consigo.
***
En sus ojos las cicatrices de una tormenta infernal.
Casi se hace imposible subir alguna de las persianas. Prefiere la oscuridad consciente por unos segundos y, lentamente, va descubriendo los vestigios de su propio desastre.
Con mucho esfuerzo, logra ponerse de pie. Lava su cara varias veces en un intento absurdo de disminuir la hinchazón. Luego camina, recorre todo el lugar. Cada paso dado, marca comienzo y final. Cada pieza del pasado destruida regresa a la mente en su formato original. Cada uno de los cuatro elementos recobran la verdadera calma, salvo uno de ellos. Al que considera de secuelas más peligrosas.
En el camino hacia la ventana, algo queda presionado sobre la planta de su pie izquierdo. Toma
asiento sobre la cama y se lo quita. Es un anillo que, al juzgar por la expresión de su rostro, dejó muchas marcas en su vida. Y se toma todo el tiempo de su soledad para observarlo e intenta depositar en él toda la incomodidad de sus tantos, eternos y pesados silencios; Siente una hoguera en sus manos, y recuerda que ella/él si cumple promesas. Cierra los ojos, apretando fuertemente el anillo con las dos manos, abandonando todo aquello que reaviva las cenizas que pueden reiniciar ese incendio del que tal vez, jamás se pueda volver a escapar.
Y al fin abre las persianas y corre el vidrio de la ventana. Aprieta el anillo con su mano más fuerte, toma envión y lo lanza. Por unos segundos, el silencio sonó a libertad. Luego, cerró la ventana y bajó las persianas. Se recostó en su cama y se entregó al cansancio.
***
El anillo de fuego quemó su piel, aunque ya no le arda tanto. Y, en algunas ocasiones, se asoma por la ventana y lo contempla por pocos segundos.
Secretamente ansía que llegue ese instante en el que pueda detener su mirada sobre él y apreciarlo como lo que es, una maravilla creada por su propio universo.
Raro fue el comienzo,
Ese instante en el que todo tuvo sentido.
Cambiaron los personajes de mi cuento,
Alterando toda la trama de la historia.
Dejando marcas en mi,
Obsequiándome algo precioso:
Su misterio.
El alma que enternece
Toma el control total de todo.
Espesa vulnerabilidad,
Rendición anunciada.
Nacer otra vez entremedio de hojas sueltas, cubiertas de
Oraciones vagas que conforman un caligrama
Soñado.
Decido bajarme
Unas cuadras antes.
Respiro profundo.
Algunas luces aún siguen encendidas.
Noche oscura de luna brillante.
Toma perfecta de una
Escena perfecta.
El viento comienza a soplar,
Lento primero y luego, voraz.
Atada siento el alma al cuerpo.
Tomada mi garganta por un nudo;
Acertijo,
Reto misterioso.
Desafío que me sofoca, y choca con
El centro de mi consciencia.
Cae el sol, la luna, la lluvia, la
Existencia de lo más mínimo, lo que es todo para mi.
Renace unos segundos después al despertar.
Limitada la visión entre medio de tanta oscuridad.
Un laberinto formado por aquellas cosas en las que
creo pero que, a veces, dejo en jaque y me confunden.
Insisto en que este no es el camino.
Escaleras caracol; espirales, bucles...
Restos de materia flotando por el aire. El
n-ésimo destello asegura la simetría de aquel paisaje.
Amanece aún siendo de noche.
Giro sobre mi propio eje, mientras tarareo una melodía que parece llamarme. "Casi como si fuera un pentagrama viviente".
Abruptamente, me detengo y contemplo la escena por medio del mareo.
"Quisiera ganarle a la/tu razón".
Un escalofrío que corre por el cuerpo y me derriba.
El suelo se vuelve inestable.
Desde la profundidad asumida,
acepto el porvenir y me dejo caer.
Tomo entre mis manos el dije;
escombro se vuelve junto a todas sus versiones aún no reconocidas.
Abrazo contra mi pecho las piezas hechas añicos.
Quiero (re)construirte/me a través de ellas,
uniendo palabras quebradas e
Iluminadas por la única luciérnaga que logró sobrevivir a aquella noche.
El verde del pasto; el tacto percibe las gotas de la reciente llovizna.
La música suena profunda en mis oídos;
las plantas de mis pies quieren marcar el pulso.
Desde la oscuridad, percibo todo más claro.
Me recuesto y la brisa comienza a soplar, lenta.
Las manos detrás de mi cabeza.
*Imágenes en forma de naipes en una baraja*.
Una habitación. En su centro, una mesa y sobre ella, las cartas.
Parecen butacas de un teatro.
Se enciende una luz, que deja a la vista un escenario pequeño.
Estoy dentro de un juego.
Todas las cartas son exactamente las mismas. O al menos es lo que veo.
No se si tiene sentido en este juego pero si para mi.
Tomo cualquiera y de inmediato, una melodía comienza a sonar.
Me paro en el centro, frente a la luz del reflector.
Doy los primeros pasos que darán lugar a la pieza de danza más delicada;
aquella que llevo dentro de mi alma desde el día en que nací.
Un giro y mi carta vuela.
Caigo con brusquedad; de igual manera, se detiene la melodía.
Desde el suelo, los esfuerzos por recuperar el aire se van convirtiendo en sollozos que interrumpen el silencio del salón.
Quito el mechón de cabello de mi rostro y recojo el naipe, otra vez.
La imagen cambió.
Desde algún lugar desconocido, aparecés. Te sentás a mi lado y observás la carta conmigo. Luego, me observás observar. Y yo también lo hago.
Te veo a los ojos y tu mirada me acaricia el alma, tan suave.
Limpiás la lágrima que cae lento; tu mano es tan suave. La puedo sentir.
El amor es tan suave... tan fuerte, ¿lo podés sentir?
Sólo puedo quedarme en silencio, posando mi frente sobre la tuya.
Cerrando mis ojos; sintiendo tu respiración, tan profunda, tan suave.
Un parpadeo basta para perderte de vista para siempre.
Desde el suelo, siempre desde el suelo, me dejo caer.
Apoyo la mano derecha sobre la carta. Y espero.
Nada sucede.
Ya de pie, camino hasta la mesa y me detengo a observar los naipes.
Todos parecen representar piezas desordenadas de un rompecabezas.
Y continúo el juego, acomodándolas de a poco.
Y descubro que hay cartas especiales: Las que te traen aquí, conmigo;
y que con cada una de tus visitas, logran cambiar el rumbo del juego por completo.